miércoles, agosto 06, 2008

Noviembre


Quedaron huellas en mi cuerpo, qué más da, de la intensidad que te tuve. De la intensidad con la que pensé te tenía. Pero era sólo yo.


Todo va cayendo a su lugar; las despedidas trasatlánticas nunca me han gustado. La lejanía tiene un precio, y aunque me niego a pagarlo, lo pago. Es mucho más fácil cuando se va un amigo.
Las despedidas momentáneas y arrepentidas me quitan el aire, me desmayan, y todo se complica. Es decir, me complico yo solita.


El fantasma del cáncer se pasea y se ríe. Pero nunca me sentí sola en el mundo. Nos asusta a todos.


Desvarío en el laboratorio, atrapada frente a una ventana donde veo que la gente pasa y pasa. No es queja, aquí tengo frío, y sé que si alguien me leyera sabría que es gran fortuna poder sufrirlo cuando nos azotan más de cuarenta grados dignos del agosto paceño. La campana de extracción está encendida, no puedo culpar a los solventes. (Pero sé que si encendiera un cigarro, adornaría esa ventana conmigo. Con pedacitos de mí. ¿Probamos?).


Ayer, cuando salí, escuchaba música. Y viajé en el tiempo. Me fui hasta noviembre, hasta diciembre, ¿te imaginas? No fue un viaje largo. Pero era otra.


Por la tarde las prisas, las risas, otra despedida transmarítima, esta vez sin lágrimas, me distrajo los ojos, los cabellos en el camino con ventanas abiertas, los pensamientos antiguos de cicatrices todavía no cerradas.


Por la noche no pude levantarme, caí en cama, enferma. Me dolía la panza de noviembre, de diciembre y de enero. De febrero, marzo, abril y mayo. Y del verano tan risueño. Y del agosto en el que viajé en el tiempo.


Mi casa tuvo flores.
Gracias

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

La otra tarde fuiste esa traviesa luz que se asoma por la ventana e iluminaste con el fulgor de tu mirar el resto de mi día.

Espero te sientas mejor pronto. Y sí, me gustó tu blog.

1:20 p.m.  

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